Mequiere me quiere. Lo sé. Me lo ha dicho. Su amor es
tan grande que me pidió que permaneciera sin
moverme para inmortalizar mi rostro en su mente y
así poder tenerme cerca cada vez que en mi
pensara. Cursi, sí. Hortera, también.
Pero fue efectivo.
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Ahora
mis noches de desvelo las paso rememorando sus caricias,
porque aunque creía que no lo notaba, sabía
que esos roces no eran casuales. Su mirada lo dice
todo. Sus gestos alegres cuando nuestros corazones
se hablan entre sus latidos. ¿Que si me quiere?
No hay duda.
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Así
me gustaría que hubiera sido. La verdad fue
que me preguntó en un antro, una noche de jueves,
si quería lío. Y a partir de entonces,
entre cubata y cubata, para pasar el rato, nos decimos
que nos queremos.
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